A Message for National Vocations Awareness Week
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Dear Brothers and Sisters in Christ,
At the Chrism Mass this year, Archbishop Vigneron announced a Year of Prayer for Priestly Vocations, a time for the whole of the Archdiocese of Detroit to come together and humbly ask for an increase in vocations to the priesthood. Let us prayerfully reflect on this charge and envision how we might aid the germination of this holy seed apostolically sown.
We often speak of our vocation – the call of Christ – as if it were distinct from our baptismal call. St. Paul reminds the Church of Galatia of the radical change that comes with baptism when he says: “For all of you who were baptized into Christ have clothed yourselves with Christ” (Galatians 3:27). When we receive the waters of baptism, a new reality dawns. We are no longer masters of our own house, wandering aimlessly in the wilderness. Christ now dwells and reigns in us; we are set on a path whose destiny is sure. We have become temples of the Most High (cf. 1 Corinthians 6:19-20), led to the promised land, snatched from the clutches of the slavemasters of Egypt. This is not a metaphor but a foundational and explosive truth, flowing from the reality of the Incarnation.
If we are going to see priestly vocations flourish in this Archdiocese, each of us must reclaim the wonder of our baptism, the truth of our betrothal, and the truth of being formed and conformed to the Risen One. Because of our baptism, we are not free and isolated agents of our own choosing, but men and women who belong to and are sent on behalf of another to reproduce in our lives the self-giving love of Jesus the Nazorean. The single greatest mystery of our faith, the mystery upon which all the other mysteries of Christ rest, is the Incarnation, the Word made flesh and made his dwelling among us (cf. John 1:14). This abiding reality is exemplified in the sacramental life of the Church, most especially in baptism, in confirmation, and in the Most Holy Eucharist. It also must be exemplified in us. The Incarnation of the Eternal Word is the single greatest prodigy of all creation, of all that is or ever will be. Our baptism makes us the heir of this self-same prodigy.
Brothers and sisters, as we pray for an increase in vocations to the priesthood, let us reflect on the truth of our new identity: That our baptism has made us a new creation, capable of betrothal to the Incarnate One, the risen Lord. Our new sacramental identity is nuptial in character; we have been separated purposefully by divine decree, just as Israel was separated, for God alone to be glorified in the fulfillment of His plan through us. The dignity that is ours is astounding, so startling that at times we are too reticent to claim it when in truth, we should shout it from the rooftops – not because we are great but because God is so good. Because He is goodness, kindness, patience, and wisdom, we are heirs to a glory unimagined. If our call to pray for an increase in vocations to the priesthood is to succeed, if men in great numbers are going to hear and respond to the call of Christ, each of us must claim and proclaim our exalted status, shouting it from the rooftops. It is not arrogant to assert this; to be arrogant is to take to yourself that which is not yours. But Jesus is ours, and we are his. That is the Good News. And it is not a metaphor but a sacramental reality.
Let us abandon the notion of baptism as simply a door and rediscover its true nature as the foundational and irrepeatable entrance to a life of grace. If we begin anew, begging to be renewed in our baptismal call while steeped in prayer before the Master and gathered in the company of our Blessed Lady, then perhaps we can spark a movement in the Archdiocese of Detroit for baptismal renewal and a revival of vocations to the priesthood. A renewal in baptismal identity and mission, a reclaiming of this singular truth of our espousal to Jesus, will result in a reordering of our ecclesial and domestic life.
As we continue this Year of Prayer for Priestly Vocations, let us remember that God desires men for the harvest and that our role is to cooperate with his grace. Let each of our families, communities, and parishes become places where vocations are cultivated and nourished by prayer – places where everyone embraces their baptismal call to be joyful missionary disciples of the one who loves us.
Sincerely yours in Christ,
Most Reverend Gerard Battersby
Auxiliary Bishop of Detroit
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En la misa Crismal de este año, el arzobispo Vigneron anunció un Año de Oración por las Vocaciones Sacerdotales, un momento para que toda la arquidiócesis de Detroit se una y humildemente pida un aumento en las vocaciones al sacerdocio. Reflexionemos devotamente sobre este encargo y visualicemos cómo podemos ayudar a la germinación de esta santa semilla sembrada apostólicamente.
A menudo hablamos de nuestra vocación, el llamado de Cristo, como si fuera distinta de nuestro llamado bautismal. San Pablo le recuerda a la Iglesia de Gálatas el cambio radical que viene con el bautismo cuando dice: “Todos se han revestido de Cristo, pues todos fueron entregados a Cristo por el bautismo” (Gálatas 3:27). Cuando recibimos las aguas del bautismo, amanece una nueva realidad. Ya no somos dueños de nuestra propia casa, vagando sin rumbo por el desierto. Cristo ahora habita y reina en nosotros, estamos puestos en un camino cuyo destino es seguro. Nos hemos convertido en templos del Altísimo (cf. 1 Corintios 6:19-20), conducidos a la tierra prometida, arrebatados de las garras de los que nos mantenían en esclavitud en Egipto. No es una metáfora sino una verdad fundacional y explosiva que brota de la realidad de la Encarnación.
Si vamos a ver florecer las vocaciones sacerdotales en esta arquidiócesis, cada uno de nosotros debe recuperar la maravilla de nuestro bautismo, la verdad de nuestros desposorios y la verdad de ser formados y conformados con el Resucitado. Por nuestro bautismo, no somos agentes libres y aislados de nuestra propia elección, sino hombres y mujeres que pertenecen y son enviados en nombre de otro para reproducir en nuestras vidas la entrega por amor de Jesús el Nazareno. El misterio más grande de nuestra fe, el misterio sobre el que descansan todos los demás misterios de Cristo, es la Encarnación, la Palabra se hizo carne, quien puso su morada entre nosotros (cf. Jn 1:14). Esta realidad permanente se ejemplifica en la vida sacramental de la Iglesia, muy especialmente en el bautismo, la confirmación y la Santísima Eucaristía. También debe ser ejemplificada en nosotros. La Encarnación de la Palabra Eterna es el mayor prodigio de toda la creación, de todo lo que es o será. Nuestro bautismo nos hace herederos de este mismo prodigio.
Hermanos y hermanas, mientras oramos por un aumento en las vocaciones al sacerdocio, reflexionemos sobre la verdad de nuestra nueva identidad: nuestro bautismo nos ha hecho una nueva creación, capaces de desposarnos con el Encarnado, el Señor resucitado. Nuestra nueva identidad sacramental es de carácter nupcial; hemos sido separados a propósito por decreto divino, así como Israel fue separado, para que sólo Dios sea glorificado en el cumplimiento de Su plan a través de nosotros. La dignidad que es nuestra es sorprendente, tan asombrosa que a veces somos demasiado reticentes para reclamarla cuando en verdad deberíamos gritarla a los cuatro vientos, no porque seamos grandes, sino porque Dios es tan bueno. Porque Él es bondad, amabilidad, paciencia y sabiduría, somos herederos de una gloria inimaginable. Si nuestro llamado a orar por el aumento de las vocaciones al sacerdocio ha de tener éxito, si gran número de hombres van a escuchar y responder al llamado de Cristo, cada uno de nosotros debe reclamar y proclamar nuestro estado excelso, gritándolo a los cuatro vientos. No es arrogante afirmar esto, ser arrogante es tomar para ti lo que no es tuyo. Pero Jesús es nuestro y nosotros de él. Esa es la Buena Nueva. Y no es una metáfora sino una realidad sacramental.
Abandonemos la noción del bautismo como una simple puerta y redescubramos su verdadera naturaleza como la entrada fundacional e irrepetible a una vida de gracia. Si comenzamos de nuevo, rogando ser renovados en nuestro llamado bautismal mientras estamos inmersos en oración ante el Maestro y reunidos en compañía de nuestra Santísima Señora, entonces tal vez podamos encender con una chispa un movimiento en la arquidiócesis de Detroit para la renovación bautismal y un reavivamiento de las vocaciones al sacerdocio. Una renovación en la identidad y misión bautismales, una recuperación de esta verdad singular de nuestro desposorio con Jesús resultará en un reordenamiento de nuestra vida eclesial y doméstica.
Mientras continuamos este Año de Oración por las Vocaciones Sacerdotales, recordemos que Dios desea hombres para la cosecha y que nuestro papel es el de cooperar con su gracia. Que cada una de nuestras familias, comunidades y parroquias se convierta en un lugar donde las vocaciones son cultivadas y nutridas con la oración, un lugar donde todos aceptan su llamado bautismal para ser alegres discípulos misioneros de aquel que nos ama.
Sinceramente suyo en Cristo,
Most Reverend Gerard Battersby
Obispo Auxiliar de Detroit